Resulta que nuestros cuerpos brillan con luz propia, y no se trata de que nuestra figura sea visible en el espectro infrarrojo debido al calor. Se trata de una frecuencia de luz que nuestros ojos podrían ver si no fuera por un problema: es demasiado tenue.
El brillo que emitimos está mil veces por debajo de la sensibilidad de nuestros ojos.
No solo se ha confirmado que el ser humano brilla, sino además que su resplandor cambia a lo largo del día en función de su reloj biológico.
Las investigaciones, publicadas en la revista: PLos One, indican que esta luz difiere según la hora del día. El momento en que más luz emite es a primera hora de la tarde, mientras que a luminosidad se reduce hasta casi desaparecer en las horas nocturnas.
Las partes del cuerpo que más brillan son las expuestas con más asiduidad a la radiación solar. Las mejillas y la frente son las áreas más brillantes del cuerpo.
La explicación científica sobre el origen de este “brillo” sugiere la interacción de radicales libres emitidos por el organismo con las proteínas y algunos lípidos; los cambios en el metabolismo, que podrían explicar las variaciones a lo largo del día; o la mayor exposición de ciertas zonas del cuerpo a la radiación solar y acumulación de melanina, que podría dar explicación a la mayor emisión de brillo en el rostro, ante una mayor producción de fotones.