La ciencia detrás del sabor de la carne humana
La indagación sobre a qué sabe la carne humana nos lleva directamente a su clasificación como carne roja, un detalle que se fundamenta en su composición biológica. La mioglobina, una proteína responsable del color rojo en la carne, se encuentra en alta concentración en el tejido muscular humano. Este pigmento, crucial para el transporte de oxígeno a las células musculares, otorga a la carne humana su característico color rojo, similar al de otras carnes rojas como la vacuna.
Estudios comparativos revelan que, mientras la carne de cerdo, oveja y vaca contiene entre dos y ocho miligramos de mioglobina por gramo de músculo, la carne humana puede alcanzar hasta 20 miligramos por gramo en ciertas fibras musculares. Esta elevada concentración de mioglobina no solo define su clasificación dentro de las carnes rojas, sino que también sugiere una textura y sabor distintivos.
Desde una perspectiva nutricional, la carne humana no se considera particularmente rica en calorías en comparación con otras fuentes de alimento prehistóricas. Un estudio de 2017 destacó que, en términos de contenido calórico, los humanos ofrecen significativamente menos energía que animales de tamaño similar cazados por nuestros ancestros.
Esta baja densidad calórica plantea interrogantes sobre las motivaciones detrás del canibalismo en la historia humana, sugiriendo que factores culturales, rituales o de supervivencia podrían haber jugado un papel más relevante que la mera nutrición.
¿A qué sabe la carne humana? Testimonios históricos
El sabor de la carne humana ha sido descrito por un número limitado de fuentes, entre ellas testimonios de asesinos seriales y relatos de exploradores que, voluntaria o involuntariamente, participaron en actos de canibalismo.
Asesinos como Armin Meiwes y caníbales de la Polinesia han proporcionado algunas de las pocas descripciones directas sobre este tema, señalando que la carne humana posee un sabor que recuerda al de la carne de cerdo, aunque con una intensidad ligeramente mayor.
William Seabrook, un escritor y periodista que viajó a África en la década de 1920, ofreció una narrativa detallada, describiendo la carne humana como similar a la ternera, con una textura suave y sin un sabor distintivo fuerte. Lo hizo en el seno de una tribu que devoraban a sus propios muertos. Su testimonio fue el siguiente:
«Era como de ternero, no plenamente desarrollado, no joven, pero aún no un buey. Definitivamente, era como eso y no como ninguna otra carne que haya probado. Era carne suave, buena, sin ningún rasgo definido o característico como, por ejemplo, la de la cabra, la alta cacería o el puerco. La carne era ligeramente más dura que la del ternero de primera, un poco más fibrosa pero no demasiado y sorprendentemente comestible. El asado, del que corté y comí una rebanada central, era tierno y en color, textura, aroma, así como sabor, consolidó mi certeza de que con todas las carnes habitualmente conocidas, el ternero es la única a la cual podría compararse con precisión«.
Por otro lado, el japonés Issei Sagawa pudo descubrir a qué sabe la carne humana. Para ello, acabó con la vida de una joven holandesa, a quien luego devoró parcialmente. Sahawa, sin titubear, mencionó que las nalgas de su víctima le recordaron al sashimi, un plato japonés que consiste en pescado y marisco crudo cortado y acompañado de salsa. Según el propio Sahawa, la carne le resultó especialmente deliciosa.
Así, la exploración del sabor de la carne humana nos conduce a reflexionar sobre los límites de la ética, la cultura y la supervivencia. Este viaje a través de la historia y la antropología revela que, más allá de su sabor, la carne humana ha sido un elemento central en la construcción de identidades, la consolidación de comunidades y la supervivencia de la especie.